Breviloquium
La alianza con Noé, alianza con las naciones
En la pedagogía divina, cuando el mal alcanza cotas altas, Dios interviene de manera muy específica para educar a su pueblo. Los cristianos encontramos en el relato del diluvio (Gn 6-9) luces para discernir la presencia de Dios en el mal que se hace presente en el mundo, y cómo actúa para llevar al hombre a la salvación. Siguiendo las líneas que nos marca el texto bíblico y el Catecismo de la Iglesia, vamos a descubrir el valor universal de la alianza hecha por Dios con Noé, así mismo las tentaciones a las que esta alianza puede estar expuesta y, por último, cómo el misterio que encierra esta alianza sigue vigente en nuestros días a través del sacramento del bautismo que puede recibir las personas de cualquier nación.
Después del pecado de nuestros primeros padres, «Dios miró la
tierra y vio que se corrompía, porque todos habían pervertido su manera de
vivir» (Gn 6, 12). Razón por la que decide «acabar con los seres humanos,
porque, por su culpa, la tierra está llena de violencia» (Gn 6, 13). Noé, a
quien el Señor miró «con benevolencia», «era un hombre justo e irreprochable
entre sus contemporáneos, que se comportaba de acuerdo con la voluntad de Dios»
(Gn 6, 8s); con él, Dios hace la primera promesa de alianza una vez pase el
diluvio: «yo enviaré el diluvio de aguas sobre la tierra para destruir todo ser
con aliento de vida bajo el cielo… Pero contigo estableceré mi alianza» (Gn 6,
17s).
Alianza que una vez pasado el diluvio, adquiere carácter
universal: «Esta es la señal de la alianza que establezco para siempre con
ustedes y con todo ser viviente que los acompaña. Pondré mi arco iris en las
nubes como una señal de mi alianza con la tierra» (Gn 9, 13). Toda la creación
queda bajo la alianza entre Dios y Noé. Las naciones quedan representadas por
Sem, Cam y Jafet, «los tres hijos de Noé, con los que se pobló toda la tierra»
(Gn 9, 18). Sin embargo, las naciones no han sabido guardar esta alianza.
En efecto, confundidas y débiles por la humanidad caída, se
unen constantemente para hacer el mal (cfr.
Sb 10, 5). El «pecado (cf. Rm 1,18-25), el politeísmo, así como la idolatría de
la nación y de su jefe, son una amenaza constante de vuelta al paganismo para
esta economía aún no definitiva» (Catecismo
de la Iglesia Católica [CIC], n. 57). La alianza de Noé nos da luces para
revisar nuestra conducta ante Dios. Cuando la violencia se incrementa, Dios
interviene de manera radical, purificando la tierra.
A propósito de esto, las diferentes contingencias que atraviesa
la humanidad en la historia, pueden servir de medios para volver a Dios y a
convertirnos de nuestra mala conducta, sobre todo, a dejar toda violencia que incremente
la maldad en el mundo. En sentido espiritual, la historia de Noé «subraya la
justicia y la misericordia de Dios, así como la maldad del hombre. El diluvio
es un juicio de Dios; prefigura el del final de los tiempos (Mt 24,37s; Lc
17,26s). Noé es el prototipo del justo (Hb 11,7); la salvación de Noé prefigura
la de todos los hombres mediante las aguas del bautismo (1 P 3,20-21)» (José
Loza, Génesis 1-11. DDB, Bilbao,
2005, p. 88).
La alianza con Noé, entonces, sigue vigente «mientras dura el
tiempo de las naciones (cf. Lc
21,24), hasta la proclamación universal del Evangelio» (CIC, n. 58). Se actualiza en el bautismo «por el que ahora ustedes
son salvados, que no consiste en quitar la suciedad del cuerpo, sino en pedir a
Dios una conciencia limpia en virtud de la resurrección de Jesucristo» (1 Pe 3,
21). San Ambrosio, por su parte, descubre en el diluvio tres elementos
simbólicos que manifiestan el misterio salvífico del bautismo: la paloma, el
ramo de olivo y el agua. «En el agua es sumergida nuestra carne, para que quede
borrado todo pecado carnal… En un leño fue clavado el Señor Jesús, cuando sufrió
por nosotros su pasión. En forma de paloma descendió el Espíritu Santo, como
has aprendido en el nuevo Testamento, el cual inspira en tu alma la paz, en tu
mente la calma» (Oficio de Lectura, Lunes de la semana VIII del Tiempo
Ordinario).
Podemos afirmar, en conclusión, que así como el diluvio acabó
con la maldad del mundo, el bautismo actualiza de manera espiritual esta
acción, borrando el mal del corazón del hombre y aplicando en él los méritos de
la pascua de Jesús. «En efecto, fuimos sepultados con él en la muerte por el
bautismo, para que así como Cristo resucitó de entre los muertos por el
glorioso poder del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva»
(Rom 6, 4). La alianza que Dios hizo con Noé sigue presente cada vez que
alguien, de cualquier nación, recibe el misterio que encierra el relato del
diluvio.
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