Breviloquium
Elección y vocación de Abram
El Catecismo de la Iglesia Católica apunta que, «Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abram llamándolo "fuera de su tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él "Abraham", es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5): "En ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3; cf. Ga 3,8)» (n. 59). La elección de Abraham y su particular vocación son un acontecimiento que marcará un parte aguas en la revelación que Dios hace de sí mismo.
Si el pecado del hombre había cambiado de bendición a
maldición la orientación de la historia, Dios da un nuevo giro, y por medio de
un hombre, reorienta el sentido de la historia de maldición a bendición. La
bendición que Dios por medio de Abram ofrece, tiene como fin alcanzar a todas las
naciones, y de ellas, formar el pueblo de Dios.
Veamos, en primer lugar, cómo fue la elección de Abram (Gn
12, 1-9). La Sagrada Escritura nos narra que Dios dirige su palabra al
patriarca en estos términos: «Vete de tu tierra y de tu patria y de casa de tu
padre, a la tierra que yo te mostraré» (Gn 12, 1). Esta llamada tiene algunas
particularidades. De inicio, es una llamada de consecuencias insospechadas,
Abram se dirige hacia lo desconocido. Llama, además, la atención la orden
repetitiva del verbo «Vete», que puede subrayar la importancia que comporta la
acción solicitada. Así mismo, encontramos la idea teológica de que la tierra
era un regalo de Dios y no un derecho propio, manifestada en el carácter
extranjero de Abram.
Ahora bien, nos preguntamos ¿por qué Abram? Nos es lejano
conocer la mente de Dios, pero la respuesta de Abram nos muestra el acierto de
la elección divina. Con esto podemos vislumbrar algunas luces para nuestra
historia de salvación propia. Al igual que a Abram, Dios nos llama y espera una
respuesta pronta como el patriarca. Dios elige a quien quiere, pero esa llamada
nosotros la convertimos en un acierto o en un desacierto de Dios.
La elección de Abram es descrita como una llamada compuesta
de una triple bendición: 1) «de ti haré un gran pueblo, te bendeciré» (Gn 12,
2a); 2) «engrandeceré tu nombre que servirá de bendición» (Gn 12, 2b); y 3) « en
ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra» (Gn 12, 3b). Si notamos, la
vocación de Abram apunta a ser universal, pero será como la venida de Jesús que
alcanzará dicha plenitud. La bendición en sintonía con Gn 1, 28, equivale a «tener
una descendencia numerosa» al mismo tiempo que «ser efectivamente y aparecer
ante los demás como objeto del favor de Yahvé» (José Loza, Génesis 12-50. DDB, Bilbao, 2007, p. 11). Por tanto, ser bendecido
en Abram será la mejor bendición deseable, la reiteración del verbo «bendecir»
cinco veces lo muestra.
Fruto de la bendición sobre Abram, será el pueblo que surge a
partir de él. Inicialmente, este pueblo lo constituían quienes pertenecían a la
raza hebrea, pero con la venida de Jesús, esta bendición y esta pertenencia al
pueblo de Dios se extiende a todas las naciones. Ya en el libro del
Eclesiástico encontramos una idea de esta ampliación de la bendición de Abram: «Por
eso Dios le prometió con juramento bendecir a las naciones en su descendencia, multiplicarlo
como el polvo de la tierra» (44, 21). San Pablo reconoce esta bendición que se
extiende a todos: «La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles
por la fe, anunció de antemano a Abrahán: En ti serán bendecidas todas las naciones»
(Gal 3, 8).
A manera de conclusión, reconocemos que en el Antiguo Testamento,
la persona de Abram se convierte en ícono de la fe y la obediencia a Dios.
«Como la maldición había entrado en el mundo por la desconfianza y la
desobediencia, la bendición va a entrar por la fe y la obediencia» (Andrés
Ibáñez Arana, Para comprender El libro
del Génesis. Verbo Divino, Estella (Navarra), 1999, p. 92). Es, por tanto,
un paradigma para comprender la manera en cómo Dios desea que la respuesta de
fe sea de cada uno de los que creen en Él. Un paso difícil, ciertamente; pero
que vale no solo la vida, sino la vida eterna.
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