Breviloquium
Dios forma al pueblo de la alianza
La Constitución dogmática
Lumen Gentium [LG] expresa que «fue voluntad de Dios el santificar y salvar
a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino
constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente»
(n. 9). En la historia de la salvación, la dimensión comunitaria es parte
integral de la misma. No se salva uno solo, sino en familia, haciéndose hermano
de otros.
El pueblo de Dios se fue formando por etapas hasta llegar a
su culmen en Jesús; la primera de ellas la hallamos en el éxodo de Egipto hacia
la tierra prometida del pueblo de Israel. Moisés encabezará este movimiento y
dará las tablas de la Ley. Israel es el pueblo sacerdotal constituido por Dios
para servirle y rendirle culto. Sus infidelidades a la Ley y a la alianza hecha
con Dios, los profetas se encargarán de denunciarlas; pero mejor aún, anunciarán
la constitución de una alianza nueva y definitiva.
Primer momento clave de la creación del pueblo de Israel fue la
salida de Egipto. Para lograr este cometido, Dios llama a Moisés en el monte
Sinaí: «He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, he escuchado el
clamor ante sus opresores… Ahora debes ir: yo te envío al faraón para que
saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas» (Ex 3, 7.10). Llama la atención
el pronombre posesivo «mi» en referencia del pueblo de Israel, porque no es
cualquier pueblo, sino el pueblo de su propiedad.
Después de muchas vicisitudes, Moisés logra realizar la misión
que Dios le encomendó. En el desierto, Dios hace una alianza con el pueblo de
Israel, primero, por medio de la sangre de novillos. Israel escucha la palabra
de Dios y sus leyes, a la cual responde: «Pondremos en práctica todo lo que ha
dicho el Señor y lo obedeceremos»; Moisés, por su parte, rocía la sangre
diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes de
acuerdo con todas estas palabras» (Ex 24, 7s).
La alianza también se establece, en segundo lugar, entregando
las tablas de la Ley. Moisés talla las primeras tablas, pero las destruye en
presencia del pueblo al descubrir que ha caído en la idolatría, adorando un becerro
de oro. Dios manda a Moisés tallar «dos tablas de piedra como las primeras y yo
escribiré en ellas las palabras que estaban escritas en las primeras tablas,
que rompiste». En estas tablas estarán los preceptos con los que «de acuerdo
con ellos —dice Dios— establezco esta alianza contigo y con Israel» (Ex 34, 1.27).
Así, la alianza con Dios se sella con la sangre y con la Ley.
Israel, para Dios, será «un reino de sacerdotes y un pueblo
santo» (Ex 19, 6). De aquí que si el pueblo cumple los mandatos del Señor y sigue
sus caminos, «el Señor te constituirá en su pueblo santo, como te ha jurado». De
esta forma, «todos los pueblos de la tierra te respetarán al darse cuenta de
que el nombre del Señor se invoca sobre ti» (Dt 28, 9s). Ser pueblo de Dios
implica seguir la ley de Dios y ser fiel a la alianza.
Por ello, quienes tendrán la encomienda de llevar a cabo esta
denuncia de las infidelidades serán los profetas, hombres colmados del Espíritu
del Señor que formarán al pueblo de Dios «en la esperanza de la salvación, en
la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres
(cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr 31,31-34; Hb 10,16)»
(Catecismo de la Iglesia Católica, n.
64). Portadores, sobre todo, del anuncio de la redención radical y universal
por parte de Dios. Los pobres del Señor (anawin)
son quienes mejor creen y mantienen esta esperanza en Dios, aguardando la
salvación que de él viene. Son un grupo, por tanto, de hombres y mujeres que pueden
ser pobres o ricos materialmente, pero que su única riqueza es Dios mismo.
En la historia de la salvación, como podemos apreciar, el
aspecto comunitario, familiar, es una dimensión integral. La sangre y la Ley
son los elementos significativos por los que se constituye la alianza entre el
pueblo de Israel y Dios, convirtiéndose así en el pueblo de Dios. La alianza
nueva y definitiva la vendrá a realizar Jesús por medio de su pasión, muerte y
resurrección, surgiendo de su costado el nuevo pueblo de Dios.
Comentarios
Publicar un comentario