Breviloquium
¿Quién es mi madre?
María evangelizada y evangelizadora
20 de agosto de 2023
El desarrollo del primer anuncio del Evangelio fue poco a poco incorporando notas que ofrecieran mayor comprensión; el interés principal del kerigma es el anuncio del misterio pascual de Cristo, pero dentro de ese enriquecimiento del anuncio del kerigma encontramos la persona de María, la madre de Jesús.
La primera redacción del Evangelio a cargo de Marcos, alrededor de los años 60, nos ofrece dos alusiones a la madre de Jesús (cfr. 3,31-35; 6,1-3). En la primera, podemos encontrar un elogio y una invitación a la imitación de María; aún más, también se entrevé la maternidad de María sobre Jesús ya no solo biológicamente, sino en la fe.
Para aproximarnos mejor a estos misterios de la vida de Jesús y María, analicemos brevemente la unidad en que se encuentra nuestro texto de Marcos 3,31-35. Jesús viene realizando su misión con obras y palabras, pero llegado un punto encuentra oposición y persecución, entre los que salen a su paso, de acuerdo al evangelio, serán sus parientes (a: Mc 3,20-21) y familiares cercanos (a’: Mc 3,31-35); sin embargo, con quien entrará en confrontación verbal será con los maestros de la ley (b: Mc 3,22-30). Así obtenemos un tríptico.
San Marcos hace notar que «Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar» (3,31). Jesús se encuentra dentro de un lugar, al menos la referencia espacial «afuera» así lo sugiere, por lo que puede bien ser una casa donde se encontraba. Aquí se evita usar un adjetivo —«¡Está loco!» (3,21)— para describir por qué se manda llamar a Jesús. Pero esto no impide pensar en cierto desconcierto por parte de «su madre y sus hermanos». San Lucas más tarde asentará la incomprensión por parte de José y María a la respuesta que Jesús da cuando se encontraba con los doctores de la ley en el templo (cfr. Lc 2,50). Comprender a Jesús es tarea difícil sin la gracia que lo facilite.
Con todo, el verbo indicativo del versículo 32, «te buscan», nos puede ser ocasión para descubrir un contraste respecto a los parientes que también «fueron a buscarlo» (v. 21); si como hicimos mención en el primer grupo hay una adjetivación ofensiva hacia Jesús, en este segundo grupo se habla de que se encuentran afuera y lo buscan, búsqueda que se presta para una oportuna interpelación sobre el verdadero parentesco con Jesús: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?» (Mc 3,33).
La primera indicación es de cercanía: «mirando a los que estaban sentados a su alrededor» (Mc 3,34), el estar sentados adentro y en círculo así lo aluden; contrario a la lejanía que manifiesta la familia al estar afuera y de pie. La madre y los hermanos, con la ausencia de un adjetivo sobre Jesús, puede indicar una búsqueda genuina por comprenderlo mejor. Por eso, la segunda indicación de Jesús nos aporta mayor claridad para afirmar lo anterior: «Porque quien cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,35). María ha cumplido como nadie la voluntad de Dios, san Lucas nos ha dado a conocer la respuesta que dio al mensaje del ángel Gabriel: «Que se haga en mi lo que tú dices» (Lc 1,38).
Por tanto, María no solo es madre de Jesús por naturaleza, sino también por haber cumplido con la voluntad de Dios, tal como lo ha dicho Jesús. A partir de ese momento, los lazos familiares humanos pasan a segundo término para pertenecer a una nueva familia: la «Iglesia-familia» (Jean Paul Michaud), nuevo pueblo de Dios. Todo el que hace la voluntad de Dios crea lazos de familiaridad con Jesús y de pertenencia a la Iglesia.
San Agustín interpreta este texto desde el evangelio de san Mateo con estas palabras: «santa María cumplió ciertamente la voluntad del Padre; y por ello significa más para María haber sido discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta haber sido discípula de Cristo que haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, puesto que, antes de darlo a luz, llevó en su seno al maestro» (Sermón 72 A, 7).
Más que un reproche, Jesús termina elevando un elogio a María, su madre, pero no solo a ella, también a todos los discípulos que, a lo largo de la historia, hacen la voluntad de Dios. Ser de la Iglesia-familia de Jesús, pasa por imitar a María en su entrega a la voluntad de Dios. Si María es madre de Jesús por cumplir la voluntad de Dios, lo es también de nosotros los bautizados, que conformamos el cuerpo místico de Cristo. Si Abraham es nuestro padre en la fe por la misma razón, María es nuestra madre en la fe por haber cumplido con la voluntad de Dios y haber concebido al Hijo de Dios.
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