Breviloquium
En Jesús, hijos de Dios por María
María evangelizada y evangelizadora
13 de agosto de 2023
San Pablo, en la Carta a los Gálatas, nos ha dejado un texto con el cual busca afrontar, como señala el Papa Francisco, «algunas temáticas muy importantes para la fe, como las de la libertad, de la gracia y de la forma de vivir cristiana», mismas que a pesar del tiempo en que fueron tratadas —alrededor del año 50—, resultan «extremadamente actuales porque tocan muchos aspectos de la vida de la Iglesia de nuestros días. Esta es una Carta muy actual. Parece escrita para nuestra época» (Audiencia 23-06-2021).
Respecto a nuestro itinerario mariano, en esta carta podemos encontrar una referencia a la María, la madre de Jesús; surge en el marco de la argumentación contra los judaizantes, sobre la superioridad de la gracia ante la Ley. Porque en Jesús, «cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a quienes estábamos bajo el dominio de la Ley y para que recibiéramos el ser hijos adoptivos de Dios» (Gal 4,4s). Vamos a realizar, primero, una interpretación de estos versículos; acto seguido, nos detendremos en su estructura para apreciar mejor la salvación y la filiación divina que en Cristo se da, para finalmente descubrir el papel de María en estos misterios.
Los especialistas en esta carta de san Pablo, así como los diferentes expertos en María, no tienen propiamente una interpretación única respecto a estos textos. Por un lado, han visto enunciada la virginidad, la maternidad divina y la maternidad espiritual de María. Es claro que si Jesús es el Hijo preexistente que Dios ha enviado al llegar la plenitud de los tiempos, María es la madre del Hijo de Dios, la Theotokos.
Con todo, hay otra serie de teólogos que han sostenido que si bien se puede afirmar la maternidad divina, no así la virginidad. La expresión «nacido de mujer» es de uso frecuente en el judaísmo para designar la condición humana, así la podemos encontrar en el libro de Job 14,1 y en el Nuevo Testamento aplicado a san Juan Bautista (Mt 11,11; Lc 7,28). Esto nos da cuenta de que el reconocimiento de María en la primera literatura cristiana se encontraba aún en gestación, importaba subrayar los elementos esenciales del kerigma y, sobre todo, los frutos del misterio pascual de Cristo que, en esta parte de la carta de san Pablo, son la salvación y la filiación adoptiva por su nacimiento de María.
Para apreciar mejor esta realidad, analicemos brevemente las afirmaciones de los versículos en cuestión a través de la estructura quiástica: (a) nacido de mujer; (b) nacido bajo la Ley; (b’) para rescatar a quienes estábamos bajo el dominio de la Ley; (a’) para que recibiéramos el ser hijos adoptivos de Dios.
En esta estructura podemos apreciar que si Jesús ha nacido bajo la ley, es para liberar a quienes el dominio de ella los había sometido; de la misma forma, quienes han nacido de mujer, es decir, los de condición humana, reciban la filiación divina. Ahora bien, queda una pregunta, ¿cómo sucede esta filiación divina? Por el envío del Espíritu del Hijo por parte de Dios, a los corazones de todos los que han aceptado a Jesús. Dicho Espíritu, como se sabe, se otorga en el sacramento del Bautismo.
Ahora bien, solo nos queda determinar el papel de María en este texto. Como hemos asentado, gracias al nacimiento del Verbo de una mujer, es que podemos obtener la filiación divina. El Verbo de Dios, Jesús, se ha hecho carne y ha tomado la condición humana, para que los de condición humana alcancen la condición del Hijo de Dios, la filiación divina. En este sentido, María se convierte en madre de todos los cristianos, ya que por ella es que Cristo por su Espíritu, nos hace hijos en el Hijo de Dios. Y María, por su maternidad divina de Cristo completo, cabeza y cuerpo, es también madre nuestra. Cristo es la cabeza y nosotros miembros de su cuerpo místico.
La salvación obrada por Cristo, comienza en la plenitud de los tiempos, por su nacimiento de una mujer, María. Al ser Dios, Jesús, convierte la maternidad de María en una maternidad divina, pero también nos muestra la condición humana de Jesús. Todo ello para que nosotros, los que no poseemos por naturaleza la condición de hijos de Dios, por la gracia del Espíritu de Cristo alcancemos la filiación divina, el poder ser verdaderamente hijos de Dios e hijos de María.
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