Breviloquium
Santo Tomás de Aquino: fe que perfecciona la razón
Filósofos cristianos
9 de julio de 2023
La Escolástica —y toda la Época Medieval— llega a su cima en la persona de Santo Tomás de Aquino (1225-1274). Con él se inaugura una forma de comprender, en primer lugar, la fe y la razón, distingue el objeto de cada una de ellas y, posteriormente, las integra en una unidad que no demerita a una para exaltar a otra, sino que a cada una da el lugar que les corresponde dado el objeto que estudian. Pero antes, aproximémonos al contexto intelectual que le tocó vivir a nuestro Doctor Angélico.
Sin lugar a dudas, la razón había adquirido carta de ciudadanía en el quehacer intelectual de los pensadores de inicios de la época Escolástica; la irrupción de las universidades es un claro ejemplo de ello. Pero es precisamente en el marco de la universidad de Paris, donde surge una polémica en torno a la recepción de las obras de Aristóteles, lo cual vendrá también a influir en la forma en que se relaciona la fe con la razón.
La recepción que hace, en primer lugar, Boecio, da pie a lo que se denominó Logica vetus; la segunda recepción a mediados del siglo XII, a cargo, principalmente, de Avicena, dio paso a la Logica nova; y, la tercera recepción, la llevó a cabo Averroes, completando con ello, la recepción completa de las obras de Aristóteles. Con todo, las tesis de la filosofía aristotélica plantearon cuatro problemas a la doctrina cristiana, a saber, el creacionismo, la providencia divina, el principio de doble verdad y la inmortalidad del alma.
Para dar respuesta a estos problemas, se posicionaron dos tendencias en la Escolástica. Una a favor y otra en contra o, por lo menos, matizada de las afirmaciones controversiales que se desprendían de la filosofía aristotélica. La escuela dominica, representada eminentemente por Santo Tomás de Aquino, serán quienes integren esta filosofía a la doctrina cristiana.
Santo Tomás de Aquino continúa los trabajos de su maestro San Alberto Magno, en la configuración de una recepción armoniosa de la filosofía aristotélica con la doctrina cristiana, con ello dará pie a una nueva forma de comprender las relaciones entre fe y razón, entre teología y filosofía.
Para el Doctor Angélico, «la gracia no suprime la naturaleza, sino que la perfecciona, [así] es necesario que la razón natural esté al servicio de la fe, de la misma forma que la tendencia natural de la voluntad se somete a la caridad» (Summa Theologiae I, q.1, a. 1, ad. 2). Vemos que no desdeña la razón, sino que la ordena a la fe, para que aquella alcance su plenitud: «pues, se requiere, para una bienaventuranza perfecta, que el entendimiento alcance la esencia misma de la causa primera» (ST I-II, q.3, a.8, c). De esta forma, logra enriquecer la relación, no sacrifica la razón en aras de mantenerla pura.
La fe es definida por Santo Tomás como «el hábito de la mente por el que se inicia en nosotros la vida eterna, haciendo asentir al entendimiento a cosas que no ve» (ST II-II, q.4, a.1, c). En una cuestión anterior había afirmado que la fe «implica asentimiento del entendimiento a lo que se cree»; por lo que «Si presta ese asentimiento con duda y miedo de la otra parte, da lugar a la opinión; da, en cambio, lugar a la fe si lo presta con certeza y sin temor» (ST II-II, q.1, a.4, c).
Para distinguir a la razón de la fe, nuestro santo doctor especifica que «las cosas de fe no tienen evidencia; sí, en cambio, las verdades de la ciencia» (ST II-II, q.1, a.5, s.c.). En el corpus de este artículo explica que la ciencia «tiene su origen en principios evidentes en sí mismos, y, por consiguiente, son algo visto»; por esto, «no es posible que un mismo sujeto crea y vea la misma cosa. Luego es imposible también que una misma realidad sea sabida y creída por el mismo sujeto». Con esto podemos apreciar, de manera somera, cuál es el tratamiento que da a la razón y a la fe, distinguiendo la naturaleza de ambas.
A manera de conclusión, podemos recuperar la forma de discurrir tanto de la filosofía como de la teología, que ha plasmado en la Summa contra Gentiles. La primera «considera las criaturas en sí mismas y partiendo de ellas conduce al conocimiento de Dios, la consideración de las criaturas es la primera, y la de Dios la última». La segunda «considera a las criaturas sólo en orden a Dios, lo primero es el conocimiento de Dios y después el de las criaturas. Y así este segundo conocimiento es más perfecto, como más semejante al conocimiento de Dios, quien, conociéndose a sí mismo, ve lo demás» (I, 4).
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