Breviloquium
María, Reina Madre
María, evangelizada y evangelizadora
Las imágenes del Antiguo Testamento que prefiguran la vida de María en el Antiguo Testamento son vastas, y todas ellas nos revelan un aspecto salvífico de su mediación. Como cristianos, reconocemos en ella a quien Dios Trino ha querido dejar como don invaluable para nuestra salvación. En esta oportunidad, vamos a descubrir la figura de la «reina-madre» o «gebirah», y como esta figura del Antiguo Testamento es la base bíblica para comprender la presencia de María en los relatos de la infancia de Jesús.
En Israel, a partir del reinado del rey Salomón, surge la figura femenina de la «gebirah» (1 R 2, 19); su presencia atraviesa todos los reinados de Judá hasta el de Joaquín (2 R 24, 15); en los libros de los Reyes y de las Crónicas, después de nombrar al rey, se nombra también a la «gebirah». Literalmente significa la «señora», es el título honorífico que se le da a la «reina-madre», reconociéndole un rango oficial en la corte del rey. Título vitalicio, pero que se puede perder por una acción indigna, como fue el caso de Maacá que, tras convertirse en «gebirah» en el reinado de su hijo Abías (1 R 15, 1-2), lo pierde en el reinado de su nieto Asá (1 R 15, 13), por haber caído en la idolatría.
La primera «gebirah» fue Betsabe. En una visita que realiza al rey Salomón para interceder por Adonías, descubrimos unas acciones llamativas por parte del rey hacia ella: «El rey se levantó para recibirla y le hizo una inclinación; luego se sentó en el trono, mandó poner un trono para su madre, y Betsabé se sentó a su derecha» (1 R 2, 19). El trato que prodiga el rey a su madre es especial. Así, con estos dos ejemplos, esbozamos someramente el papel de la «gebirah» en su relación con el rey.
Esto da pie para descubrir el papel importante que desempeña María en la vida de Jesús, narrada en los relatos de anunciación de los evangelios de la infancia. Hay que recordar que, como telón de fondo, está la promesa de la descendencia mesiánica al rey David: «estableceré después de ti a un descendiente tuyo, nacido de tus entrañas, y consolidaré su reino. Él edificará un templo en mi honor y yo consolidaré su trono real para siempre» (2 Sm 7, 12s).
San Mateo, en su evangelio, nos deja dos intuiciones para descubrir a María como la «gebirah». La primera, en la parte final de la genealogía de Jesús, aparece el nombre de su madre (Mt 1, 16), como en las genealogías de los reyes de Judá (2 R 22, 1; 23, 31; 23, 36). Por otra parte, en la adoración de los Magos, se narra que «vieron al niño con su madre, María, y postrándose le adoraron» (Mt 2, 11); con este texto, el evangelista subraya la realeza de Jesús, lo que lleva a reconocer, desde la tradición judía de este evangelio, en María, a la «gebirah», a la «reina-madre» del rey mesiánico, Jesús.
San Lucas, en su relato de la Anunciación, narra como el ángel Gabriel trata a María como la madre del descendiente de David: «concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, para que reine sobre la Casa de Jacob por siempre y su reino no tenga fin» (Lc 1, 31-33), mensaje que coincide con las profecía de Natán (2 Sm 7, 16), de Isaías (7, 14; 9, 1-6) y de Daniel (7, 14.27); si Jesús es el rey mesiánico, nuevamente, en san Lucas encontramos, en el trato de Gabriel a María, el trato de «reina-madre», el título de «gebirah». De la misma forma, en el relato de la Visitación, narra que Isabel, «llena de Espíritu Santo», exclama con voz fuerte, «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 43); dicha expresión nos lleva a afirmar que, si Jesús es el Señor, María es la Señora, la «gebirah».
Descubrir la realeza de María no solo es un ejercicio intelectual, sino, principalmente, reconocer el papel que ella juega en nuestra salvación cristiana. La divina revelación nos ha mostrado cómo ella intercede ante el Rey, y que sus peticiones son siempre escuchadas por su Hijo Jesucristo. Nosotros estamos llamados, por instrucción divina, a reconocer su mediación salvífica y a tener una relación y trato especial para con ella, no porque ella así lo exija, sino porque descubrimos en la Sagrada Escritura la voluntad de Dios de darnos en María, una intercesora excepcional.
En síntesis, María es siempre la mediación materna de Dios para llevarnos a Jesús. Ella con su intercesión alcanza lo que nuestras oraciones no alcanzarían por la pobreza de nuestra fe, pero, sobre todo, tenemos en María una madre excepcional, que no escatima siempre ruegos por nosotros sus hijos.
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