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María, Madre Virgen

Breviloquium

María, Madre Virgen

María, evangelizada y evangelizadora

28 de mayo de 2023



          Los profetas del Antiguo Testamento anuncian la venida del Mesías, con esos anuncios, también se narran las singularidades en que viene envuelto tal advenimiento. Una de ellas es la virginidad de la madre del Mesías. Tal signo nos lo manifiesta el profeta Isaías en el marco de su profecía sobre el nacimiento de «el Emmanuel» (7, 14). El análisis de la elección del término para referirse a la madre del Mesías nos ayuda a clarificar mejor este misterio. Este signo mesiánico, en San Gregorio de Nisa, encontrará una significación aún más profunda, que conecta de manera incisiva con María, la madre de Jesús, el Mesías.

          La profecía sobre la maternidad virginal de la madre del Mesías nos la ofrece el profeta Isaías: «Miren: la joven [almah] está embarazada y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel» (7, 14). El término que nos ocupa es el de «la joven», que en el original hebreo es «almah» y significa doncella o joven adolescente. La palabra «almah» es posible encontrarla en otros seis pasajes del Antiguo Testamento (Gn 24, 13; Ex 2, 8; Cant 1, 3; 6, 7; Salm 68, 26; Prov 30, 18-19), en todos ellos nunca se aplica a una joven casada, se presume la virginidad de la mujer y siempre indica de manera directa a una joven.

          En la versión griega del Antiguo Testamento o Septuaginta, los judíos han traducido «almah» por «parthenos», que en sentido estricto significa virgen. San Mateo, cuando hace eco de la profecía de Isaías, ocupa este término en griego: «Mira, la virgen [parthenos] está embarazada, dará a luz a un hijo que se llamará Emanuel, que significa: Dios con nosotros» (1, 23). Con ello, subraya de manera inequívoca la condición de María, quien ha concebido por «obra del Espíritu Santo… Y sin haber mantenido relaciones dio a luz un hijo, al cual llamó Jesús» (Mt 1, 20.25).

          Por otro lado, en el profeta Miqueas encontramos otra profecía sobre el nacimiento del Mesías. Después de anunciar los castigos que vienen sobre Judá por su infidelidad a Yahvé (1-3), y relatar, en el capítulo cuarto, las promesas que se harán efectivas sobre Sión: será el reino de Yahvé (vv. 1-5); reunirá el rebaño disperso (vv. 6-8) y se impondrá sobre sus enemigos (vv. 9-13); en el capítulo cinco anuncia la promesa mesiánica: «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti sacaré el que ha de ser jefe de Israel: su origen es antiguo, de tiempo inmemorial. Por eso el Señor los abandonará hasta que la madre dé a luz y el resto de los hermanos vuelva a los israelitas» (vv. 1-2).

          En el Nuevo Testamento, cuando los magos de Oriente se presenten ante el rey Herodes para saber dónde nacerá el rey de los judíos, los sacerdotes y letrados del pueblo referirán esta profecía (Mt 2, 6); con ello, el evangelista confirma el nacimiento de Jesús, el Mesías en Belén. San Mateo nos ha interpretado, a la luz de Jesús, las profecías mesiánicas de estos dos profetas; y así también, nos ha dejado elementos para aproximarnos mejor al misterio de María.

          Todo lo dicho hasta aquí resulta enriquecedor para descubrir mejor el papel de la Virgen María en la historia de la salvación. El signo de la virginidad de María, San Gregorio de Nisa la encuentra en la zarza ardiendo del monte Sinaí, y le da una interpretación mística que hace ver aún más, lo trascendente del signo: «Lo significado entonces por la zarza y la llama fue manifestado con el paso del tiempo en el misterio de la Virgen. Pues así como allí se encuentra una zarza encendida por el fuego y no se consume, aquí se encuentra una virgen que da a luz y no se corrompe. No te extrañe de que se signifique por medio de una zarza el cuerpo de la Virgen que dio a luz a Dios, pues toda carne, a causa de la recepción del pecado y por el hecho de ser carne, es espina» (PG 46, 1 136).

          Reconocer en el signo de la virginidad mesiánica el fondo teológico de la virginidad de María nos invita a reconocer la santidad que ella misma posee, no por naturaleza, sino por gracia de Dios, ya que ha sido quien la ha preparado para poder llevar a cabo la misión de ser madre del Mesías. Así mismo, es una llamada a responder a la vocación universal a la santidad, misma que nos lleva a poseer a Dios en nuestra vida.

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