Breviloquium
Francesc Torralba: Los maestros de la sospecha
La Iglesia a partir del Concilio Vaticano II «ruega encarecidamente en el Señor a todos los laicos, que respondan con gozo, con generosidad y corazón dispuesto a la voz de Cristo» (Decreto Apostolicam actuositatem, 33). Un ejemplo vivo de esta exhortación es Francesc Torralba (1967- ), laico casado y padre de cinco hijos; quien cuenta con doctorados en filosofía, teología, pedagogía e historia, arqueología y artes cristianas.
Entre el centenar de sus obras publicadas, nos detendremos en
Los maestros de la sospecha. Marx,
Nietzsche, Freud, publicada en catalán en 2007 y la primera edición en
español en 2013 por Fragmenta Editorial, es el tomo 22 de la colección de Fragmentos. Ensayo donde se presentan
algunos de los argumentos centrales de los llamados «maestros de la sospecha»
en torno al hecho religioso.
Fue acierto de Paul Ricoeur (1913-2005) acuñar la expresión
«maestros de la sospecha» en el año 1965. Torralba a manera de tributo, comenta
la génesis de esta expresión en el primer capítulo. Avanza hacia La filosofía, práctica de la sospecha (II),
donde expone que lo central de este saber es la sospecha como búsqueda de la
verdad. Para llegar, en el tercer capítulo, a reconocer El maestro de la sospecha como huésped inquietante. Al leerlos,
nadie queda indiferente, «el lector se ve abocado a enfrentarse a sí mismo y a
sus convicciones más profundas» (p. 29).
En Las sospechas de
Karl Marx (IV), Torralba trata al filósofo de Tréveris desde tres preguntas
temáticas: 1. ¿Y si el hombre fuese pura
materia en movimiento?, 2. ¿Y si la historia fuese una lucha de clases? y 3. ¿Y si la religión fuese el opio del
pueblo? Se advierte, además, la importancia de distinguir entre las
filosofías marxista y marxiana, para tener claridad a la hora de confrontar la
obra de Marx, con alguna de sus interpretaciones actuales. En lo que atañe a la
crítica a la religión, para Marx «Representa una medicina que no contribuye a
curar la enfermedad, sino que tan solo palía sus efectos» (p. 75), de ahí que
produzca un efecto, por analogía, similar a un narcótico. Así la religión pasa
a ser el «opio del pueblo». Sin embargo, el ser humano sigue teniendo
necesidades espirituales y no solo materiales. Los seguidores de doctrina darán
paso a esta posibilidad.
El siguiente capítulo, Los
martillazos de Friedrich Nietzsche (V), expone preguntas que buscan el
sentido de la existencia de Dios: 1. ¿Y
si Dios hubiese muerto?, 2. ¿Y si todo volviese una y otra vez? y 3. ¿Y si la misericordia fuese una
debilidad? La crítica que hace Friedrich Nietzsche (1844-1900) a la
religión a través de su filosofía de «la muerte de Dios», «supone una radical
transformación de la idea de hombre, de la historia, de la noción del bien y
del mal, de la salvación y de la perdición… comporta, necesariamente, una pérdida
de referencias, de puntos de apoyo» (p. 87). Lo curioso en la muerte de Dios es
quiénes lo matan; y es que han sido los mismos hombres quienes lo han matado, y
viven como si Dios estuviera vivo, cuando en realidad ha muerto. En este punto,
si somos atentos, podemos descubrir a personas que viven sus vidas como si Dios
ha muerto, pero que siguen frecuentando los templos, en este sentido, hay
quienes bien podrían identificarse con su crítica.
Nuestro tercer maestro de la sospecha es tratado en el capítulo
Las insolencias de Sigmund Freud (VI).
El autor de la obra se plantea: 1. ¿Y si
el hombre fuese una fuente de pulsiones?, 2. ¿Y si la religión fuese pura
represión? y 3. ¿Y si Dios Padre
fuese una proyección de la conciencia infantil? Desde la perspectiva de Sigmund
Freud (1856-1939), «la religión es una ilusión que ha de ser reemplazada por la
ciencia siguiendo los mismos parámetros que se anuncian en la ley de los tres
estadios de la humanidad de Comte» (p. 117). Sin embargo, en este ámbito de la
religión, muchos de sus seguidores pondrán entredicho sus sospechas. El psicoanálisis
es una excelente ayuda para el análisis del acto de creer, en cuanto qué motiva
mental y emocionalmente a creer. Pero anular la existencia de Dios, es una
pretensión que el psicoanálisis la ha puesto en la categoría de lo opinable.
Concluyendo la obra, Torralba propone una Nota final: el ateísmo de Dios (VII). En ella apunta que, «Los maestros de la sospecha, sin quererlo, nos ayudan a practicar esa sospecha respecto a las propias creencias y a vaciar la mente de esas divinidades antropomórficas que tendemos a forjarnos» (p. 153). Una afirmación muy propositiva para superar una visión obscura que se tiene de estos pensadores.
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