Breviloquium
El hombre como microcosmos
Nuestro concepción del hombre, la antropología filosófica que
queremos presentar de manera sintética, concibe al hombre como microcosmos, una
categoría muy apreciada por los medievales, pero que hunde sus raíces en la
filosofía griega, y que es recuperada actualmente para lograr avanzar el
conocimiento del hombre sin caer en esencialismos o historicismos, es decir, en
términos heideggerianos, conjuntar el ser y el tiempo.
El tratamiento del hombre como microcosmos lo encontramos en
Juan Escoto Erígena, para él el hombre contiene en su ser todas las creaturas (universam creaturam). Alcanza desarrollos prominentes en los canónigos de la
abadía de San Víctor a través de su lectura alegórica y espiritual de la
Biblia. En la época medieval madura, San Buenaventura afirma que esta categoría
es la más adecuada para hablar del hombre como el compendio perfecto de todo lo
creado. Santo Tomás de Aquino de igual manera recoge esta idea.
Así se puede ver en la idea del microcosmos, más que una
definición esencialista o historicista, una definición analógica. En ella se
toma en cuenta la noción de ser humano tanto univocista (sustancialista) como
equivocista (relacionista). De tal modo que en esta idea, el hombre es
comprendido como compendio del macrocosmos o síntesis de todo el universo,
puesto que en su ser contiene los principios minerales, vegetativos, animales y
espirituales, es, en pocas palabras, imago
mundi e imago Dei. Lo primero es
metafísico, lo segundo teológico.
De todo lo dicho, se desprende que el hombre es al mismo
tiempo metonimia y metáfora del cosmos, resumen y representante del mismo, está
entre la identidad y la diferencia, es análogo. Hay en él un aspecto biológico
y otro simbólico, pero desde una postura hermenéutica, sobresale lo segundo. De
aquí que Cassirer defina al hombre como animal simbólico.
En su dimensión metonímica, el hombre se descubre limitado,
descubre pronto «situaciones límite» (K. Jaspers) como la muerte, la
enfermedad, el fracaso, la pobreza, etc. Psicoanalíticamente, corresponde al
principio de realidad. Esta dimensión por ser cierre o limitación, constriñe y
busca encontrar su aspecto sustancial, unívoco.
Por otra parte, la dimensión metafórica del hombre habla de
sus símbolos, aquellos que lo expanden o distienden. El símbolo, más que dar
qué pensar (P. Ricoeur), da qué vivir (M. Beuchot). Sin embargo, el símbolo
tiene dos caras: la del ícono y la del ídolo (J. L. Marion). Uno remite a su
significado, el otro retiene, pide quedarse en él, así, si el símbolo deja de
cumplir su función de conducir, se convierte de ícono en ídolo. Y aún más, si
el hombre se asume como ícono del cosmos, se abre al otro, se hermana con todo;
si por el contrario se asume como ídolo se encierra en sí mismo, lo enmascara.
Un tema que no se puede dejar escapar en el estudio del
hombre es su aspecto religioso, que se enmarca su dimensión metafórica,
relacional. Como partícipe en su ser del reino espiritual, al igual que los
ángeles y el mismo Dios, en el hombre está la huella o vestigio del Creador; en
la visión judeo-cristiana se le reconoce como imagen de Dios (imago Dei).
Con todo, desde una perspectiva filosófica solo se apunta al
hecho de que el hombre, como intermediario entre lo material y lo espiritual,
es capaz de Dios (capax Dei) y puede elegir elevarse a lo más
alto del espíritu (conversio ad Deum)
o rebajarse a algo inferior (conversio ad
creaturam).
En suma, el hombre como microcosmos, comprende la dimensión ontológica y narrativa, sustancial y relacional. Posee la dimensión metonímica y metafórica que lo limita y que al mismo tiempo lo expande, inclusive hasta llegar a contemplar a Dios. Esto, finalmente, como quista consciente y responsable de su libertad.
Comentarios
Publicar un comentario