Breviloquium
Sagrada Escritura, alma de la teología
El ejercicio de teológico requiere beber de ciertas fuentes para poder elaborar su reflexión sistemática, estas, a saber, son: la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio Eclesial. En relación con la teología, la primera es su «alma», la segunda su «memoria» y la tercera su «marco»; todas ellas forman una unidad en el quehacer teológico, las distinguimos para poder estudiarlas y profundizar mejor en cada una de ellas.
La Sagrada Escritura es el testimonio escrito que el pueblo de Dios (Israel) y la comunidad creyente (Iglesia) posee de la revelación divina en la historia. A este libro también le llamamos Biblia (libritos), sustantivo diminutivo plural de la palabra griega «biblos» (libro). Su naturaleza la podemos reconocer desde la perspectiva trinitaria.
En relación a la revelación del Padre, decimos que es Palabra de Dios porque «en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos» (Dei Verbum 21). Por tanto, a través de ella, el Padre entra en diálogo amoroso con todos sus hijos.
De manera análoga al misterio de la encarnación, decimos que la Escritura es el cuerpo de Cristo. «Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres» (DV 18). Es decir, la Palabra de Dios que es espíritu se hace materia en un texto, lo trascendente se hace inmanente en la Escritura. Cristo, al igual que en la Eucaristía, permanece en su Iglesia por medio de la Sagrada Escritura.
Así mismo, la Sagrada Escritura es letra viva, porque «escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia» (DV 11). Ella es, por tanto, la voz en y para la Iglesia del mismo Espíritu. Si alguien quiere escuchar la voz de la tercera persona de la Trinidad, solo tiene que abrir su Biblia.
No es extraña, por tanto, la imagen que el Concilio Vaticano II emplea para referirse a la Sagrada Escritura como «alma». Esta imagen está tomada de San Agustín cuando compara lo que es el alma al cuerpo humano, con lo que es el Espíritu a la Iglesia (Sermo 267); pero será el Papa León XIII quien, retomando el sentido que le da el obispo de Hipona, emplee la analogía de la Escritura como «alma» de la teología (Providentissimus Deus 35). Los padres conciliares precisarán más esta imagen apuntando que «el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología» (DV 24), sobretodo, en la formación de los futuros presbíteros (Optatam totitus 16). De esta forma, el acercamiento consciente de la Sagrada Escritura, cobra una mayor relevancia para la Iglesia.
Todo esto nos lleva a exponer, muy brevemente, los principios fundamentales para la interpretación bíblica (DV 12-13), reconociendo a la Biblia como: palabra humana, palabra divina y palabra actual. En su dimensión humana, la Biblia requiere ser analizada científicamente en su contexto histórico y literario, pero dando paso a la dimensión divina, que es la búsqueda de aquello que rectamente Dios quiere comunicarnos, lo cual finalmente nos conduce a la dimensión actual de la Palabra, en la que se hace historia en la vida de cada persona y sociedad en la que es sembrada.
Decimos, pues, que la Sagrada Escritura es Palabra de Dios porque testimonia la palabra del Padre que dirige a cada hijo suyo, cuerpo de Cristo porque Jesús se ha querido quedar en la Escritura, y voz en y para la Iglesia porque es el Espíritu Santo «por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo» (DV 8). Que es «alma» de la teología en cuanto es estudiada en la Iglesia de acuerdo al Espíritu en que fue escrita, reconociendo sus dimensiones humana, divina y actual, que nos descubren cada vez más, los tesoros que ella tiene guardados y que quiere entregar a todos aquellos que se acercan con actitud orante y con un corazón dispuesto a escuchar la voz de su Señor.
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