Breviloquium
Metafísica, ciencia del ser
Entre las diferentes ramas de estudio de la filosofía, hay
una en especial que Aristóteles clasificó como «filosofía primera»;
posteriormente un discípulo suyo, Andrónico de Rodas (s. I a.C.), nombrará los
estudios de esa filosofía como «metafísica», debido a que los colocó después de
los tratados de la «física». De aquí que el nombre, en su sentido original,
tenga que ver con el orden de las obras del Estagirita, más que con algún sentido
esotérico, de superación personal o de misticismo.
Si se quiere, entonces, comprender el término y qué es lo que
estudia esta rama de la filosofía, hay que aproximarse, aunque sea a vuelo de
águila, al origen de esta disciplina y su quehacer en el ámbito filosófico,
datos que podrán justificar, además, su necesidad en el ámbito de la teología
cristiana.
Desde los inicios de la filosofía misma, los diferentes
pensadores se preguntaron por el primer principio de todo, el «arjé»; así, los
presocráticos pensaban que era algún elemento natural (fuego, tierra, aire o
agua), solo Parménides tendrá el acierto de postular que el principio de toda
la realidad es el «ser»; posterior a él, los demás pensadores tratarán otros
temas, hasta que Aristóteles vuelve a darle la primacía al ser como objeto de
estudio de la «filosofía primera» o «metafísica», que considera es la ciencia
del ente en cuanto ente.
Con esto, la metafísica se puede comprender como estudio de
las causas y principios últimos; pero esta definición no agota su campo de
estudio, puesto que también afirma el Estagirita, es la «ciencia que estudia el
ser en tanto que ser y los accidentes propios del ser».
Para precisar esto último, tomemos como ejemplo a la biología
y a la matemática. La biología se interesa por los seres en cuanto seres vivos,
así todo lo que esté vivo es de su interés. La matemática, por su lado, le
interesará el estudio de los seres en cuanto son cuantificables, no le interesa
la materialidad de los seres, sino si se pueden contar. A la metafísica, en
cambio, le interesa estudiar al ser en cuanto ser, es decir, no le interesa del
ser su materia ni su cantidad, sino su existencia.
A pesar de las críticas que el estudio de la metafísica
recibió por parte del idealismo trascendental, hoy por hoy es posible afirmar
que los postulados de la metafísica están siempre presentes y son, de hecho,
empleados como presupuestos de cualquier ciencia. Inclusive, cuando se
cuestiona la metafísica clásica, se hace desde un discurso metafísico nuevo.
Por citar un par de ejemplos, la física recurre a la noción causa, el biólogo a
la de finalidad, y de manera general, no hay ciencia que escape al principio de
no-contradicción.
Cuando se abandona el estudio metafísico, se deja de hacer
ciencia en un sentido riguroso. Científicos como Einstein o Heisenberg, han
escrito ensayos filosóficos después de sus investigaciones, ven la necesidad de
indagar más allá del dato meramente positivo. Si se quiere ciencia en sentido estricto,
no se dudará en orientar la actividad y conocimientos humanos a la luz de los
primeros principios y fin último del hombre.
Por último, pero no menos importante, tenemos la relación que
la metafísica entabla con la teología. Entre estas dos disciplinas se da una
reciprocidad muy nutrida, al punto que la fe le da un impulso a la metafísica
en el estudio de las verdades últimas del cosmos, el hombre y Dios; al mismo
tiempo que la metafísica ayuda a la fe a conocer mejor las realidades de orden
sobrenatural, partiendo de un buen conocimiento de las realidades naturales.
Juan Pablo II afirmaba que «la metafísica es una mediación
privilegiada en la búsqueda teológica», y que, una «teología sin un horizonte
metafísico no conseguiría ir más allá del análisis de la experiencia religiosa
y no permitiría al intellectus fidei expresar con coherencia
el valor universal y trascendente de la verdad revelada». Se aprecia en estas
palabras, la relación cordial que entre ellas existe, y sin la cual «un
pensamiento filosófico que rechazase cualquier apertura metafísica sería
radicalmente inadecuado para desempeñar un papel de mediación en la comprensión
de la Revelación» (Fides et ratio 83).
Concluyendo este itinerario, es posible tener algunas luces
que inviten al estudio de la metafísica filosófica como presupuesto a toda
ciencia, y como ciencia necesaria para quienes se dedican al estudio teológico.
Al mismo tiempo, reconocer la relación cordial que entre metafísica y teología
existe.
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