Breviloquium
Un reto: la reiniciación cristiana
Nuestro catolicismo actual, en términos de una vivencia real
de las implicaciones que comporta la fe en Jesucristo, atraviesa una crisis de
descristianización. El Papa Francisco, en su saludo navideño a la Curia Romana
en el año 2019, aseveró: «No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la
fe —especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente— ya no
constituye un presupuesto obvio de la vida común; de hecho, frecuentemente es
incluso negada, burlada, marginada y ridiculizada». Palabras que nos deben poner
en estado de alerta a todos católicos.
Inclusive, la diferenciación entre cristianismo y cristiandad
en Kierkegaard, tan vigente a pesar del siglo y medio que media entre el
filósofo y nuestra época, parece ya superada por personas que hoy, aunque han
recibido el bautismo, se declaran no cristianas o ateas; a diferencia de
aquellas que en tiempos del pensador danés, se afirmaban cristianas pero que su
conducta dictaba otro parecer.
Superar este reto de la descristianización que avanza en
nuestra época, implica un reto aún mayor: la reiniciación cristiana de los
bautizados. Para comprender a qué nos referimos con esta expresión, hay que
entender primero qué se entiende por Iniciación Cristiana. La Iniciación
Cristiana es el proceso por el cual, las personas, al «oír el anuncio del
misterio de Cristo, y bajo la acción del Espíritu Santo en sus corazones,
consciente y libremente buscan al Dios vivo y emprenden el camino de la fe y de
la conversión» (RICA 1).
Referente obligado de este proceso de iniciación es Jesús,
quien, tras tres años en los que estuvo con sus discípulos, los inició en su
Evangelio. Así, predicando sobre el Reino de Dios, a quienes creen en él y se
convierten (Mc 1, 15), los invita a
formar una comunidad para vivir juntos la fe y la experiencia de Dios (Mc 3, 14), al mismo tiempo que los
inicia y enseña a vivir como discípulos suyos (Mc 9, 31s).
El Ritual de Iniciación
Cristiana para Adultos, inspirado en la Tradición Apostólica de
Hipólito (siglo III) y en el Sacramentario Gelasiano (siglo
V), presenta tres etapas, en cuatro tiempos, en las que la persona emprende el
camino de fe y conversión: la primera etapa consiste en la recepción al
catecumenado (tiempo de instrucción), comporta el tiempo del «precatecumenado»
o kerigma hasta el ingreso al catecumenado, así mismo el tiempo propiamente del
«catecumenado», el cual puede durar entre uno a tres años, de acuerdo a la
adaptación pastoral de cada comunidad, y culmina con el día de la «Elección»; en
la segunda etapa cuando el catecúmeno está por finalizar su catecumenado, es
admitido a una preparación intensiva de los sacramentos, aquí se da el tiempo
de la «purificación e «iluminación», normalmente durante tres domingos seguidos
y concluye con la recitación del Símbolo, del Éfeta y de la elección del nombre
cristiano; por último, la tercera etapa consiste en la recepción de los sacramentos
con los que comienza a ser cristiano (bautismo, confirmación y Eucaristía), el
tiempo de la «mystagogía» cierra esta etapa llevando al nuevo cristiano a
gustar los frutos del Espíritu y a estrechar relaciones más profundas con la
comunidad de los fieles.
Ahora bien, cuando se habla de Reiniciación cristiana hemos
de comprender el camino que, al igual que la Iniciación cristiana, emprende una
persona que ya ha sido bautizada o, inclusive, ya ha recibido el sacramento del
Matrimonio, pero que su fe cristiana carece de contenidos objetivos con los
cuales poder vivir de acuerdo a dicha fe. La lista de destinatarios que
suscriben las exhortaciones apostólicas Evangelii
Nuntiandi (n. 52) de Pablo VI, y Catechesi Tradendae (n. 44) de Juan
Pablo II, resultan aún más ilustrativas.
Como hemos podido observar, la Iglesia Católica tiene todo un itinerario para lograr formar cristianos que sean verdaderos discípulos de Jesús, con todo lo que ello implica y acarrea: «donde no haya iniciación a la fe en la Iglesia —afirma el teólogo jesuita Jesús Andrés Vela—, no puede existir un cristiano». Y hoy por hoy, la Reiniciación cristiana es un reto que tenemos para lograr estos cambios. Pero para que esto sea una realidad, necesitamos una Iglesia evangelizada que sea a su vez evangelizadora.
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