Breviloquium
Nueva Evangelización
6 de marzo de 2022
En los primeros años del siglo XX, muchos sacerdotes y teólogos católicos buscaban modos de revitalizar la liturgia, las devociones y el trabajo intelectual de la Iglesia, por medio de movimientos de renovación. Uno de ellos fue el Movimiento Kerigmático que surge a mediados de los años cincuenta, liderado por Josef Jungmann, sj, y Johannes Hofinger, s.j., aunque también incluía a figuras como Jean Daniélou, Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar. Este movimiento exhortaba al clero y a los laicos a recuperar el kerigma del Nuevo Testamento, es decir, a poner el Evangelio en el centro de la predicación, enseñanza y vida eclesial.
A nivel del Magisterio, los padres conciliares del Concilio Vaticano II que compartían la visión del Movimiento Kerigmático, incorporaron en los documentos conciliares la terminología evangélica del movimiento. Ejemplo de ello fue el término «evangelio», el cual en el Vaticano I solo figura una vez y en el Vaticano II figura 157 veces. Así mismo palabras como «evangelizar», «evangelizando» o «evangelización» en el Vaticano I no aparecen, y en el Vaticano II sí el verbo «evangelizar» 18 veces y «evangelización» 31 veces. Esto nos habla del cambio de enfoque que la teología católica estaba asumiendo.
Estas semillas que se fueron sembrando dieron sus primeros frutos. Con el Papa Pablo VI comienzan de manera ordinaria los viajes apostólicos por todo el mundo, y su pasión por la evangelización, lo lleva a escribir la exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi», acerca de la «Evangelización en el mundo contemporáneo». En ella afirma que «evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda» (n. 14).
Pero quien logró conducir el empuje del Movimiento
Kerigmático, el Concilio Vaticano II y los esfuerzos del Papa Pablo VI, fue el
Papa Juan Pablo II. El Papa polaco emprende discretamente el llamado a la nueva
evangelización en un campo de su tierra natal un junio de 1979. Este primer
llamado no caló hondo. Será hasta el 9 de marzo de 1983 en su discurso dirigido
al CELAM, que el Papa, mirando al quinto centenario de la primera
evangelización de América, explica a los obispos que este acontecimiento tiene
su significación plena en el «compromiso, no de re-evangelización, pero sí de
una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».
Pero ¿por qué necesitamos una Nueva Evangelización? La
respuesta más directa apunta al horizonte de la secularización. El «manifiesto»
de la secularización moderna hunde sus raíces en las ideas del teólogo luterano
Dietrich Bonhoeffer, las cuales fueron renovadas por el profesor Harvey Cox en
su libro La ciudad secular (1965), casi al mismo tiempo del volumen Sincero
para con Dios (1963) del obispo anglicano John A.T. Robinson. Su principio
técnico enunciaba: vivir y construir el mundo «como si Dios no existiera».
Expresión acuñada por el filósofo holandés Hugo Grocio (1583-1645) que fue
exagerada por el secularismo.
Este vivir «como si Dios no existiera» ha acarreado
consecuencias más negativas que positivas, y es ahí donde se inserta la Nueva
Evangelización, recordándole al hombre contemporáneo que Dios existe, que lo
ama y que quiere que viva feliz, no solo en esta vida sino también en la que
sigue.
Con todo, la Nueva Evangelización se comprende como «una forma mediante la que el mismo evangelio de siempre se anuncia con nuevo entusiasmo, con nuevos lenguajes comprensibles en una situación cultural diferente, y con nuevas metodologías capaces de transmitir el sentido profundo que permanece inalterado» (Rino Fisichella). A este proyecto estamos llamados los laicos, los religiosos y el clero, en una palabra, toda la Iglesia.
En conclusión, presentar la fe en Jesucristo al hombre de hoy constituye el llamado de la Nueva Evangelización que, a la luz de los signos de los tiempos, el Espíritu Santo está realizando a través de hombres y mujeres que le han dado su sí al Señor Jesús, para que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de Dios Padre, quien finalmente es quien colma de bienes a todos sus hijos.
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