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Una biografía de la teología

Breviloquium

Una biografía de la teología

6 de noviembre de 2022




          La teología cristiana siendo una en su quehacer, es múltiple en su realización histórica. En otras palabras, a pesar de que la forma externa de la teología cambie a lo largo de la historia, la naturaleza de su ejercicio no cambia. Cada época de esta historia trabaja con el mismo «objeto» (revelación de Dios), el mismo sujeto y lugar de su realización (Iglesia). De la misma forma el método comprendido como auditus-intellectus-actio fidei, parte del alma de la teología (Escritura), de la memoria que la interpreta y actualiza (Tradición) y dentro del marco que la limita y define (Magisterio). Todo esto la configura con una forma determinada que podemos llamar católica. Así, el conjunto de todos estos elementos, se expresan de manera distinta en cada época de la histórica.

          Como primera etapa, encontramos a la Patrística, en la cual —como afirma Ratzinger— «no fue pura casualidad el que el mensaje cristiano, en su primera configuración, entrase en el mundo griego y que se mezclase así con el problema de la comprensión, de la verdad». Los siglos II y III quedan bien representados por santos autores como Justino e Ireneo, y por doctos cristianos como Tertuliano y Orígenes. Hay un diálogo con la cultura (apologética) desde la historia de la salvación y la revelación (razón histórica), pero siempre desde la fe (la regla de fe).

          La edad de oro de la teología patrística la encarnan los Padres capadocios en el siglo IV-V. En esta época se fragua el Credo y se llega a un establecimiento dogmático de la comprensión de Dios Trino, así como de la salvación cristiana (gracia–libertad). Se da el paso de la Escritura al Símbolo.

          Alrededor del siglo XI, surge la Edad Media, con el advenimiento de una teología crítica que se pregunta por la racionabilidad de su propia fe en diálogo apologético. Y, nuevamente, la fe y la comprensión «van tan juntas como la fe y la permanencia, porque permanecer y comprender son inseparables» (J. Ratzinger). San Anselmo de Canterbury es quien sobresale en esta época, pero también Pedro Abelardo y el autor más representativo del paso del Símbolo a las Sentencias, Pedro Lombardo. Autor que será comentando abundantemente en la Alta Edad Media.

          Llegamos así al siglo XIII, época de gran esplendor y que gestará una nueva civilización. Si la Patrística nos mostró la capacidad de diálogo que tiene la fe al entrar en una cultura diferente, a la Alta Edad Media acudiremos al nacimiento de una cultura nueva. La teología llega a sus mayores esplendores, expresándose en suma teológica (Alejandro de Hales, Alberto Magno). Dos visiones teológicas convergen este momento: como ciencia de la fe (santo Tomás de Aquino) y como sabiduría y seguimiento de Cristo (San Buenaventura).

          El fin de la Edad Media, se enmarca en los intentos de un nuevo inicio (re-nacimiento) desde la fuente de la teología (Escritura) sin mediación de la Tradición o tradiciones que la ocultan. Surge una vuelta a los orígenes del cristianismo desde una teología histórico-positiva que subraya la experiencia subjetiva. Con ello pasamos de la unidad teológica de la Suma a la divergencia de las confesiones.

          Los acontecimientos de alcance mundial del siglo XX, gestaron una nueva forma de hacer teología, para la Iglesia, el Concilio Vaticano II fue un aggiornamento, una renovación, una puesta al día. En este acontecimiento, se unificaron los diferentes movimientos teológicos y de reforma, surgiendo una teología que busca dar respuesta a los cuestionamientos del mundo moderno desde el aliento original (vuelta a las fuentes). Pasamos de esta a forma de la teología confesional a una teología integradora y ecuménica.

          En conclusión, como se puede apreciar, la teología mantiene su naturaleza, pero su forma va adecuándose al terreno histórico-cultural desde donde surge. Es como una semilla que siempre dará fruto de acuerdo a su ser, no importando donde sea sembrada.

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