Breviloquium
Historia de la salvación
Dios que es amor (cfr. 1 Jn 4, 8), busca siempre entrar en diálogo con todos sus hijos, busca revelarse a cada uno de ellos y lo hace a través de palabras y obras. Sin embargo, esta revelación de Dios no acontece en un acto, sino de manera gradual, por medio de etapas que le van ayudando a crecer en amor y conocimiento de Dios, partiendo del encuentro personal con Él. Vamos a comenzar una serie de reflexiones, partiendo de la Sagrada Escritura, que nos aproximen y descubran ese plan de salvación que Dios tiene para todos sus hijos y que encuentra su plenitud en Jesucristo. En esta oportunidad daremos las claves para comprender mejor las etapas de la historia de la salvación.
Jesús, Verbo de Dios encarnado, nos da a conocer la voluntad
del Padre: «que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna y yo lo
resucite en el último día» (Jn 6, 40). El designio de Dios es autorevelarse al
hombre, salir a su encuentro, aún a pesar de sus caídas: «El Señor Dios llamó
al hombre y le dijo: — ¿Dónde estás?» (Gn 3, 9). Por ello, con san Pablo afirmamos
que Dios, Padre Bueno, «quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad» (1 Tim 2, 4).
Este designio de Dios se ha ido desarrollando de manera
histórica: «Muchas veces y de muchas maneras Dios habló en la antigüedad a
nuestros padres por medio de los profetas» (Hb 1, 1). La revelación de Dios
—como afirma la constitución Dei Verbum—
«se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí» (2).
Comporta, por tanto, una «pedagogía divina»: «Dios se comunica gradualmente al
hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace
de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado,
Jesucristo» (Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 53; cfr. Hb 1, 2).
El Catecismo nos
presenta este plan de salvación en cinco etapas, cuatro de ellas dedicadas al
Antiguo Testamento (nn. 54-64) y una al Nuevo Testamento (n. 65). La primera la
dedica a la creación (nn. 54-55); la segunda señala la alianza con Noé (nn.
56-58); en tercer lugar figura la elección de Abraham (nn. 59-61); y para concluir
la etapas preparatorias a la revelación plena, cierra con la formación del
pueblo de Israel (nn. 62-64) como cuarta etapa.
La quinta etapa, finalmente, expone el culmen de la
revelación divina: Jesús, el Cristo, «mediador y plenitud de toda la
revelación» (DV 2). Ha sido Él quien,
de acuerdo a san Ireneo de Lyon, «ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo
del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a
Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre» (Adversus haereses,
3,20,2).
Cada una de estas etapas las podemos comprender siguiendo los
tres ejes temáticos propuestos por Carlos Junco Garza: Dios pueblo y alianza. Dimensiones que se han de contemplar como
una unidad: «un solo Dios que se liga en alianza con su pueblo elegido». La
imagen de Dios que cada etapa nos revela, la alianza que se debilita o
fortalece en cada una de ellas pero que nunca cesa, y el pueblo que peregrina
por esta tierra entre fidelidad e infidelidad a Dios, con la consciencia de la
misericordia de Dios que lo salva.
En resumen, la historia de la salvación, el plan de salvación
o «proyecto salvador [oikonomia]» (Ef
3, 9) obrado por Dios, comporta un acompañamiento por parte de Dios, una
pedagogía; por lo cual, en las siguientes semanas expondremos estas etapas que
nos propone el Catecismo,
aproximándonos desde la perspectiva unitaria de Dios, la alianza y el pueblo.
De fondo tendremos presente el encuentro con Jesús y su seguimiento.
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