Breviloquium
Teología como amistad y don de Dios
13 de noviembre de 2023
Hacer teología, cultivar el pensamiento teológico, presenta en algún momento, a quien invierte su vida en ella, cuestionamientos sobre las motivaciones e intenciones para dedicar tiempo o, mejor aún, consagrar la vida a su ejercicio. Preguntas que encuentran respuesta en el reconocimiento de la vocación apostólica a la que se ha sido llamado, y en la amistad teologal que se va desarrollando. En otros términos, hablamos de la espiritualidad que el teólogo cultiva en el ejercicio de su ciencia.
Ángel Cordovilla, en su obra El ejercicio de la teología, nos ofrece dos textos de teólogos que
vivieron en los tiempos entre guerras. Uno asienta el ejercicio de la teología
como amistad de Dios (Karl Rahner,
1904-1984), y el otro como don del
Espíritu (Amselm Stolz, 1900-1942). Hoy, para ser verdaderos testigos del
Resucitado, necesitamos ser teólogos; el contexto histórico en que vivimos,
exige de los cristianos un esfuerzo no solo afectivo sino intelectual, para ser
testigos de Aquel en quien creen. Veamos a grandes rasgos, cómo es posible
cultivar la teología como amistad y don de Dios.
Karl Rahner, en el verano de 1937, es invitado a dictar las
materias de teología de la gracia y de la creación en las jornadas de formación
cristiana de Salzburgo. La celebración de la fiesta del Apóstol Bernabé por
esos días, fue la ocasión para una homilía sobre el sentido de la formación
teológica en la vida cristiana y apostólica.
Para nuestro teólogo alemán, la teología es un don y una exigencia. Don porque es
la Palabra del Padre entregada de manera gratuita en el corazón del hombre por
el bautismo; exigencia porque esta
Palabra dada una vez y para siempre, sin reservas, está llamada a crecer y
manifestar su presencia: en la inteligencia (intelección), en el corazón (amor)
y las manos (acción).
La teología para Rahner, consiste en «el esfuerzo de pasar de
siervos a llegar a ser cada vez más amigos de Dios; hacer que la Palabra, que
en nosotros fue pronunciada, sea cada vez más claramente comprendida». El
teólogo, en consecuencia, es amigo de Dios y tiene consciencia de ello.
En las mismas jornadas de formación cristiana de Salzburgo de
ese año, se encontraba el benedictino, Amselm Soltz, quien vivió su Pascua al
Padre relativamente joven. Sin embargo, su influencia ha permanecido a través
de sus discípulos, quienes han presentado su actividad teológica como una
teología místico-sapiencial. Aquí pondremos énfasis en su lección ¿Qué es el teología?, donde acentúa el
protagonismo de los carismas del Espíritu Santo.
Soltz afirma que la teología es posible, en sentido pleno, «si
hay sagrada Escritura y si hay encarnación», porque ambas articulan el hablar de Dios, «un hablar que tiene su punto
de partida en Dios», y no solo un hablar
sobre Dios, que solo sería un decir nada de la realidad interna de Dios.
Por ello, hablar de Dios, «se
comprende no tanto como acción humana, sino como carisma del Espíritu santo; no
sólo como pura ciencia, sino como oración y alabanza», y a este hablar la
tradición le dio el nombre de teología.
El carisma propio del teólogo está referido en la 1ª carta a
los Corintios (12, 30), está después de los carismas del apóstol y del profeta.
«En los teólogos —sostiene Stolz— pervive el maestro (didáskalos) del cristianismo primitivo. Y como maestros que son se
les da parte en el magisterio de la Iglesia y se les hace partícipes de un don
espiritual». Finalmente, y por el don de lenguas, la tarea del teólogo
«consiste en abrir al pueblo, en la propia lengua materna, al consuelo del
Evangelio y dar así a la lengua misma su propia consumación por medio del contenido
predicado». Así, el teólogo se convierte en escultor del idioma.
Como hemos podido apreciar, el ejercicio de la teología
encuentra dos fuertes motivaciones en el cultivo de la amistad de Dios y en el
don del Espíritu de los maestros (didáskalos)
del Nuevo Testamtento. Hoy en día, esta espiritualidad la pueden vivir todos
aquellos que se sienten llamados a un conocimiento más profundo de Dios, no
importando su edad, profesión o condición social. Todos estamos llamados a ser
amigos de Dios y acoger el don de su Espíritu.
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