Breviloquium
Ética filosófica y cristianismo
Dentro del universo filosófico, la ciencia que se encarga de reflexionar sobre los actos humanos es la Ética. Para nosotros los cristianos, el estudio de esta disciplina es bastante provechoso, puesto que, como afirma el Papa Juan Pablo II, «la mentalidad cientificista ha conseguido que muchos acepten la idea según la cual lo que es técnicamente realizable llega a ser por ello moralmente admisible» (Fides et ratio, 88). Pero no solo esta mentalidad hoy se impone, también las ideologías que atentan contra la vida humana en su inicio y su final. Así mismo, las ideologías sexuales, materialistas, espiritualistas, entre otras, que su objetivo es reducir al ser humano a solo materia o espíritu, llevando a que desemboquen en prácticas deshumanizantes y deshumanizadoras.
Es verdad que en los areópagos y tribunales de este mundo
contemporáneo, la visión cristiana no goza de una aceptación inmediata, sino
hasta que logra, con argumentos bien fundados, ilustrar la verdad de las
opciones que invita a adoptar. De esta forma, una filosofía «en la que
resplandezca algo de la verdad de Cristo, única respuesta definitiva a los
problemas del hombre, será una ayuda eficaz para la ética verdadera y a la vez
planetaria que necesita hoy la humanidad» (FR
104).
Desbrocemos el terreno de la Ética para conocer un poco de esta disciplina y que los cristianos puedan dar razón de su filosofía moral que su fe les lleva a adoptar. No como una imposición, sino como autodeterminación personal que otorga la gracia de vivir en la libertad de los hijos de Dios.
En primer lugar, ¿qué es la Ética? Proviene del término
griego ethos (lugar de radicación,
hábito). Al latín pasó como mos, moris
(sentimiento, carácter, costumbre). En ambos casos se alude a los actos libres
del ser humano, de ahí que su sentido se comprenda como costumbre. Los especialistas en ética precisan la peculiaridad de
ambos términos que pueden llegar a tomarse como sinónimos, pero que no lo son
necesariamente. La Ética busca el argumento del código moral que se ha aceptado
como guía de conducta, es decir, se pregunta por el porqué de la moral aceptada
La Moral, en cambio, formula los principios, normas y valores que se deben
adoptar, su cuestión central es ¿qué debemos hacer?
La Ética, como ciencia, es un conocimiento por sus causas,
pero además es práctica, está pensada para realizarse en la vida cotidiana, es
un saber para actuar y no solo por saber. Juzga la bondad y maldad de los actos
humanos de acuerdo a lo que, a la luz de la razón, sería lo normal, encauzando las
decisiones libres.
San Juan Pablo II dilucidó bien la relación entre la Ética y
la teología, especialmente en la Teología Dogmática que necesita no solo un
discurso narrativo sino, también, argumentativo. La Teología Moral, por su
parte, «debe acudir a una visión filosófica correcta tanto de la naturaleza
humana y de la sociedad como de los principios generales de una decisión ética»
(FR 68). Esto implica el recurso «a
una ética filosófica orientada a la verdad del bien; a una ética, pues, que no
sea subjetivista ni utilitarista»; que a la teología moral la lleve, en
definitiva, a ser «capaz de afrontar los diversos problemas de su competencia
—como la paz, la justicia social, la familia, la defensa de la vida y del
ambiente natural— del modo más adecuado y eficaz» (FR 98).
El sujeto ético es alguien autónomo, pero no cae en la
arbitrariedad o la anarquía, todo lo contrario, adopta un código moral como
fruto de una opción libre y voluntaria. Aquí proponemos la ética hermenéutico-analógica de Mauricio Beuchot, que puede ser a
fin a una visión cristiana. En ella se enfatiza el desarrollo y puesta en
práctica de las virtudes cardinales (justicia, prudencia, fortaleza y
templanza), así como el marco que pueda aportar un grupo de leyes que eviten el
relativismo. Se trata, por tanto, de decir poco y mostrar mucho.
Finalicemos subrayando la importancia del conocimiento filosófico
para la argumentación ética cristiana. Después de orar hay que estudiar. Santos
como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Buenaventura, Edith Stein, Karol
Wojtyla, entre otros, son claro ejemplo de lo mucho que pueden aportar los
cristianos al ámbito eclesial como secular, cuando se cultiva un pensamiento
ético filosófico.
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