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La promesa del Padre

Breviloquium

La promesa del Padre

21 de agosto de 2022



          En todo encuentro con Jesús, Dios Trino se revela de una manera nueva y creativa en la Persona del Espíritu Santo. Cada que alguien vive de verdad un encuentro con Jesús, experimenta un cambio radical en su vida, esto gracias a la acción santificante del Espíritu Santo. Dios Padre ha prometido este Espíritu por medio de los profetas, Jesús nos lo ha revelado con su predicación y sus obras, ahora es el mismo Espíritu quien, al igual que en el día Pentecostés, quiere colmar la vida de cada persona que ha aceptado a Jesús en su vida.

          El profeta Jeremías anuncia, a manera de una Ley nueva, el don del Espíritu Santo: «Esta será la alianza que yo pactaré con el pueblo de Israel después de esos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su interior y la escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31, 33). Un tiempo más adelante, Dios, por medio de Ezequiel, afirma: «Yo les daré un corazón indiviso e infundiré en su interior un espíritu nuevo. Arrancaré su corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que cumplan mis leyes y observen mis normas. Así las pondrán en práctica y serán mi pueblo y yo seré su Dios» (Ez 11, 19s). Dos profecías que, aparte de subrayar la promesa del Padre, dejan ver una realidad existencial muy clara: solo es posible vivir de acuerdo a la Ley de Dios, animados por el Espíritu Santo.

          A los Apóstoles y discípulos, antes de que Jesús ascendiera al Cielo, les promete el envío del Espíritu Santo. «Yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre les ha prometido. Ustedes, por su parte, permanezcan en Jerusalén hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de lo alto» (Lc 24, 49). Esta promesa se cumple diez días después de su ascensión al Cielo, en la fiesta de Pentecostés. San Lucas describe esta escena narrando que «la casa donde se encontraban se llenó con un ruido parecido a un viento impetuoso que venía del cielo y se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes idiomas, según como el Espíritu les permitía expresarse» (Hch 2, 1-4).

          La prueba de que efectivamente se cumplió la promesa de la venida del Espíritu Santo, fue que a partir de ese día, todos los que fueron bautizados con este mismo Espíritu, cumplieron sin demora y con mucha valentía el ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Aquí una vez más se hace patente de forma existencial, los efectos de la presencia del Espíritu Santo en la vida del cristiano: el testimonio con palabras y obras de la vida cristiana, por la que se ha optado, e incluso hasta dar la vida como lo hicieron los Apóstoles, los primeros discípulos y los que hoy en día no temen perder su vida por el Reino de Dios.

          San Pedro inmediatamente después de recibir el Espíritu Santo, ante los miles de peregrinos reunidos en Jerusalén, anuncia a Jesús muerto, resucitado y glorificado; conmovidos preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles qué debían hacer, a lo que respondió que tenían que convertirse, bautizarse en nombre de Jesús para el perdón de sus pecados y así poder recibir el Espíritu Santo que «fue prometido a ustedes, a sus hijos, a todos los que están lejos y a todos los que el Señor, nuestro Dios, quiera llamar» (Hch 2, 39).

          La misión de dar testimonio de Jesús en el todo el mundo, se lleva a cabo dando frutos y desarrollando los carismas del Espíritu Santo. Los frutos (Gal 5, 22s) son los signos de santidad que el Espíritu obra en nosotros haciéndonos semejantes a Cristo; los carismas (1 Cor 12, 4-11), por su parte, manifiestan la presencia viva de Jesús y construyen la comunidad cristiana. Frutos y carismas, entonces, son los signos de la acción del Espíritu Santo en la vida del cristiano y de la presencia de Jesús en medio del mundo.

          Hoy la invitación es que, en actitud de oración, en la intimidad de tu cuarto o en una Iglesia cercana, pidas una nueva efusión del Espíritu, con tus propias palabras. Pide a nuestro Padre Bueno que envíe sobre ti, en nombre de Jesús, el Espíritu Santo. Él, con sus dos manos que son el Hijo y el Espíritu quiere abrazarte con todo su amor, hacerte su hijo y restaurar toda tu vida. Lo que no has podido mejorar en tu vida con tus propias fuerzas, ahora con su gracia lo podrás lograr. Experimenta el amor de Dios en tu vida.

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