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Comunidad cristiana: hogar, hospital y escuela

Breviloquium

Comunidad cristiana: hogar, hospital y escuela

28 de agosto de 2022 



          Todos los que se han encontrado con Jesús muerto y resucitado, están llamados a vivir en comunidad. Jesucristo ha constituido un nuevo pueblo a partir del llamado de los Doce «para que estuvieran con él y enviarlos a predicar» (Mc 3, 14). De aquí que hacer comunidad es requisito fundamental para el seguimiento de Cristo. San Lucas nos describe la vida de las primeras comunidades que se reunían para escuchar la enseñanza de los apóstoles, poner los bienes en común, participar de la Eucaristía y orar en común; en la comunidad, el Señor incorporaba a todos los que aceptaban el Evangelio (cfr. Hch 2, 42.47). Hoy estás invitado a incorporarte a la comunidad después de haber vivido tu encuentro personal con Jesús, ella será para ti tu hogar, hospital y escuela para seguir a Jesús.

          La comunidad es el hogar de los hijos de Dios que «recibieron el espíritu de hijos adoptivos gracias al cual llamamos a Dios: “¡Abba, Padre!”. Ese mismo Espíritu, junto con el nuestro, da testimonio de que somos hijos de Dios» (Rom 8, 15s). Gozamos a partir del recibimiento del Espíritu Santo de la familiaridad con Dios Trino. Esto es capital en la relación que establecemos con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, porque nos dejamos de referir a ellos como deidades lejanas y arbitrarias, para entrar en una relación de familia.

          Como hogar, en la comunidad alimentamos nuestra vida espiritual con los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la reconciliación; también con la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Buscamos, como Jesucristo, servir a los demás hermanos, especialmente a los más necesitados, y nos apoyamos de manera material y espiritual entre todos. En el fondo, nuestra meta es tener «la misma actitud de Cristo Jesús» (Flp 2, 5) y tener las mismas prioridades que Él tiene, esto es, buscar «primero el Reino de Dios y lo dispuesto en su plan» (Mt 6, 33). Pero todo esto en la comunidad, en el hogar espiritual.

          Nuestro pontífice, Francisco, en una entrevista que le realizó el sacerdote Antonio Spadaro, sj, un 12 de agosto de 2013, manifestó que «lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía y proximidad». Cada comunidad está llamada a encarnar la respuesta a estas necesidades que dentro y fuera de la Iglesia se presentan. La Iglesia y toda comunidad cristiana son «como un hospital de campaña tras una batalla». Por lo tanto, su llamado es a curar las heridas de los heridos, no a preguntarle por sus índices de azúcar o colesterol, de esto se hablará en otro momento oportuno.

          Lo importante es «curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental», el primer anuncio del evangelio: ¡Jesucristo te ha salvado! Cierto que algunas comunidades «se han dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos», pero el kerigma es lo primero. En consecuencia, la comunidad es y está llamada a ser misionera: «curar las heridas del corazón, abrir puertas, liberar, decir que Dios es bueno, que Dios perdona todo, que Dios es Padre, que Dios es tierno, que Dios nos espera siempre».

          La comunidad cristiana, por último, tiene una vocación a ser Madre, pero también Maestra. Busca formar cristianos a «la medida de la madurez de Cristo en su plenitud» (Ef 4, 13). El perfil del cristiano lo encontramos en las Bienaventuranzas, que son como el rostro más fiel de Jesús (Mt 5, 1-12), y en el resto del Discurso evangélico en los capítulos 5 al 7 del evangelio de Mateo. Nuestro modelo por excelencia de crecimiento en Cristo es María, la madre del Señor, y madre nuestra. Ella es el camino más fácil, corto y seguro para llegar a Jesús. Todo esto lleva a que la comunidad ofrezca itinerarios de formación humana y espiritual para todos sus miembros

          En síntesis, si sientes el llamado de Jesús, acércate a una comunidad en tu parroquia, intégrate y comienza a vivir en fraternidad, con otros hermanos que también han experimentado el amor de Dios en sus vidas. Busca esas comunidades que son hogar, hospital y escuela, y que te están esperando como salvado del Señor. Anímate a crecer a la altura de Cristo y a compartir la fe con otros hermanos de comunidad. 

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