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Jesús, Señor de mi vida

Breviloquium

Jesús, Señor de mi vida

14 de agosto de 2022



          ¡Jesús está vivo! Es el grito de todo aquel que ha tenido un encuentro personal con Jesús. ¡Jesús está vivo! Era el anuncio de las primeras comunidades cristianas. ¡Jesús está vivo! Es la verdad que la Iglesia comunica en todo tiempo y lugar, porque sabe que «si Cristo no resucitó, entonces vana es nuestra proclamación y vana la fe» (1 Cor 15, 14). Pero hay aún más, esta Buena Noticia no termina de arraigarse hasta que Jesús sea Señor tu vida.

          Jesús, después de su resurrección, fue constituido Señor todo: «Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18). Pero esta autoridad no la ejerce a la manera de los gobernantes de las naciones que «los dominan con tiranía y los poderosos abusan de su poder», por el contrario, Jesús deja claro que «quien quiera ser importante que se haga el servidor de los demás», así como Él, el Hijo del hombre, que «no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos» (Mc 10, 42-44). Observamos, por lo tanto, la manera en que Jesús ejerce su señorío: sirviendo.

          Desde esta clave, comprendemos mejor, cuando en la divina revelación, los textos nos hablan de la potestad de Jesús dada por el Padre, y reconocemos con mejor luminosidad su señorío. San Pablo afirma que Dios le ha otorgado «el Nombre que está sobre todo nombre, para que, ante el nombre de Jesús, caigan de rodillas todos los seres del cielo, de la tierra y de debajo de la tierra, y toda lengua confiese: “¡Jesucristo es el ‘Señor’!”, para gloria de Dios Padre» (Fil 2, 9-11). En pocas palabras, Jesús ha sido constituido Señor de todo lo creado, de lo visible e invisible y todo el universo está bajo su señorío.

          Los diferentes evangelistas nos dan constancia de ello al narrar los milagros de Jesús sobre la naturaleza y los mismos demonios. Sus discípulos se conmocionaban al ver su señorío y se preguntaban entre ellos «¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mc 4, 41); sin embargo, siendo Señor de la creación y obteniendo de ella una obediencia inmediata, hay una obra de su creación que no ha querido someterla de la misma forma que a los seres irracionales, porque la ha hecho a su imagen y semejanza, hablamos del hombre.

          Jesús ante quien todo se somete, ha querido que el hombre libre y voluntariamente haga la opción de hacerlo Señor de su vida. Esta libertad a mí y a ti nos ha llevado a alejarnos de Él, inclusive, proferirle toda clase de blasfemias; pero Él nos ha asegurado que «se les perdonarán a los hombres todos los pecados y cuantas blasfemias digan» (Mc 3, 28), porque nosotros no somos diferentes de aquellos que lo acusaban de estar poseído por un espíritu impuro. ¿Cuántas veces no hemos afirmado categóricamente que ha sido el causante de todas nuestras desgracias? Sin embargo, ha venido para salvarnos y recuperar lo perdido por nuestra desobediencia a su palabra.

          Si lo reconocemos como Señor de nuestras vidas, el orden original de Dios en nuestra vida se reestablecerá. Si las cosas, las personas, los ídolos o nosotros mismos hemos querido usurpar el trono de Dios en nuestra vida, y hemos comprobado que nos ha llevado a un abismo sin fondo, hoy es el día para regresarle a Jesús el lugar que le corresponde en nuestra vida.

          Para ello es necesario proclamar a Jesús con la boca, porque «si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado» (Rom 10, 9). Esta confesión abarca todas las áreas de la vida, es decir, no es una proclamación superficial, sino fruto del convencimiento de que queremos que Jesús sea el Señor de toda nuestra vida. Por ello, a sus discípulos y a la gente que le seguía les previno de una superficial confesión de su señorío: «No todo el que me dice: “¡Sí, Señor!”, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21).

          Jesús, como hemos visto, no quiere solo ser reconocido como alguien vivo, quiere vivir reinando en tu corazón. Te invito a que dediques unos momentos y, en oración, lo confieses como Señor de tu vida, que a partir de hoy le entregas el control absoluto de tu vida y que como María, quieres ser su servidor para que se cumpla en ti su Palabra. «Dios es amor» (1 Jn 4, 8) y su reinado es de amor y servicio.

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