Breviloquium
La teología de la historia de San Buenaventura
Siendo Papa Benedicto XVI, dirige en la primera de tres catequesis sobre San Buenaventura, las siguientes palabras: «Hoy quiero hablar de san Buenaventura de Bagnoregio. Os confieso que, al proponeros este tema, siento cierta nostalgia, porque pienso en los trabajos de investigación que, como joven estudioso, realicé precisamente sobre este autor, especialmente importante para mí. Su conocimiento incidió notablemente en mi formación» (Audiencia, 3 de marzo de 2010). Presentamos la obra que fue fruto de esos trabajos de investigación y que sirvió para su habilitación docente del joven teólogo Joseph Ratzinger.
Hablamos de La teología
de la historia de San Buenaventura, publicada originalmente en alemán en
l959 y traducida al español en 2004 por Ediciones Encuentro. A la mano tenemos
la segunda edición de 2010, la cual abre sus páginas con un Estudio introductorio de Mons. Jesús Sanz,
los prólogos, fuentes, abreviaturas y la Introducción.
El contenido de la obra queda distribuido en cuatro capítulos y 239 páginas.
El primer capítulo lleva por título Ensayo de reconstrucción de la teología de la historia bonaventuriana a
partir de las Collationes in Hexaemeron. Joseph Ratzinger desarrolla una
exposición muy documentada sobre la obra de los seis días (Hexaemeron) de San Buenaventura, pero se detiene, sobre todo, en el
tema de la historia que presenta la obra y el lugar que ocupa la orden
franciscana en la historia de salvación. Hace una revisión crítica a la
concepción histórica de Joaquín de Fiore: desecha la visión tripartita de la
historia y «propone contra el esquema septenario simple de Agustín el dúplice
esquema septenario de Joaquín y se decide por este último» (p. 59).
Avanzando al segundo capítulo El contenido de la esperanza de salvación en Buenaventura,
encontramos la comprensión de la Revelación que tiene el doctor seráfico,
específicamente en el cuádruple concepto de sabiduría de la Colación II del Hexaemeron. Así encontramos que la meta
de la doctrina cristiana es la sabiduría, misma que tiene cuatro grados
distintos: sapientia uniformis (uniforme), «sabiduría del
conocimiento racional cierto»; sapientia
multiformis (multiforme), «sabiduría que procede de la revelación de Dios»;
sapientia omniformis (omniforme),
«sabiduría que descubre en todas las cosas el reflejo del Creador, que rastrea
sus huellas en todo lo creado»; y sapientia
nulliformis (sin forma), en ella, el místico «se mueve silenciosamente
hacia el misterio del Dios eterno» (pp. 111s).
Con todo lo asentado en los dos primeros capítulos, Ratzinger
perfila en el capítulo tercero, la Posición
histórica de la teología de la historia de san Buenaventura. Presenta las
etapas relevantes de la conciencia histórica en el cristianismo hasta llegar a
Joaquín de Fiore. El maestro franciscano desarrolla su propia perspectiva, pero
la novedad que imprime a la conciencia histórica está dada por el concepto de medietas: Jesucristo que es mediador
entre Dios y el hombre, se convierte en el «centro de los tiempos» (p. 175).
Observamos así, un cristocentrismo en la conciencia histórica del tiempo. Jesús
no es allende al tiempo, es su centro.
El último capítulo de la obra (4), Aristotelismo y teología de la historia. El lugar filosófico de la
teología de la historia de Buenaventura, cierra con una exposición sobre la
controversia en la recepción de las obras de Aristóteles en la Alta Edad Media.
Ratzinger apunta que «el espíritu cristiano, en su encuentro con Aristóteles,
no habría producido una única síntesis, la tomista, sino dos de igual rango,
que se diferencian esencialmente porque una es favorable a Aristóteles, en la
medida que lo puede ser responsablemente, mientras que la otra,
antiaristotélica de forma igualmente decidida, construye un sistema nuevo
utilizando las piedras del platonismo que ya Agustín había desbastado
cristianamente» (pp. 188s).
Vemos, entonces, como esta obra recupera a un autor medieval
de una manera magistral, elaborando una nueva síntesis que viene a contrastar y
a enriquecer el sentido de la historia, que el cristianismo ofrece a quienes se
disponen a seguir al Jesucristo. El tiempo tiene una plenitud que se convierte
en centro de la misma historia.
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